Las personas con discapacidad en Haití que han tenido que ir de un refugio temporal a otro a causa del terremoto, el fuego y la creciente violencia de las bandas criminales han podido encontrar por fin un hogar seguro, según un ultimo informe sobre el país publicado por Naciones Unidas.
Samuel cree que ser discapacitado visual en Haití es un castigo. Tras ser despedido de su trabajo por su discapacidad, le resultó imposible encontrar empleo. «Ha sido muy difícil alimentar a mi familia, por no hablar de pagar la matrícula” del colegio, dice este padre de dos hijos.
Con discapacidad visual desde hace más de una década, Samuel, de 48 años, ha pasado la mayor parte de este tiempo en el campamento La Piste, en Puerto Príncipe, la capital de Haití. Este lugar para desplazados internos ha acogido a personas con todo tipo de discapacidades desde el mortífero terremoto de siete grados que golpeo Haití en 2010.
En junio de este año, el lugar fue devorado por las llamas, dejando a cientos de personas luchando por sus vidas y sin hogar una vez más. Poco después, una asociación local remitió a Samuel a Delmas 103, una escuela y lugar temporal de acogida en Puerto Príncipe, donde ha estado viviendo.
Violencia tras el terremoto
Los terremotos y los incendios no son los únicos peligros a los que se enfrentan los haitianos como Samuel. Desde marzo de 2020, un alarmante aumento de la violencia de las bandas en Puerto Príncipe ha provocado el desplazamiento de unas 19.000 personas.
La violencia está interrumpiendo el suministro de ayuda humanitaria a cerca de 1,5 millones de personas en todo el país, según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (OCHA).
Las personas discapacitadas desplazadas han sufrido con regularidad debido a la violencia constante. La Organización Internacional para las Migraciones está proporcionando asistencia de protección vital a los más vulnerables afectados por la violencia.
Necesidades específicas
La oficial de proyectos de la Organización, Claire Gaulin, afirma que las personas con discapacidad tienen necesidades específicas.
«Los desplazados a la fuerza, ya sea por catástrofes naturales o por la violencia relacionada con las bandas, necesitan apoyo para ser reubicadas en un lugar seguro donde puedan vivir con seguridad y dignidad», y añade que «también requieren un examen médico para identificar sus necesidades de atención sanitaria. Muchos no han pasado por la consulta del doctor durante mucho tiempo, lo que a veces puede empeorar sus condiciones».
También han recibido muletas y sillas de ruedas, una línea telefónica de apoyo y ayuda para poner en orden su documentación.
«Las personas con discapacidad en Haití también se enfrentan con frecuencia a la discriminación, por lo que necesitan un apoyo específico para su integración y participación en la comunidad«, dice Claire Gaulin. «En última instancia, necesitan apoyo para recuperar su autonomía, lo que puede hacerse organizando formación para ayudarles a desarrollar actividades generadoras de ingresos y dándoles la oportunidad de acceder a servicios especializados.»
La Organización Internacional para las Migraciones creó un servicio de apoyo para la reubicación* voluntaria de más de 10.000 personas que viven en los barrios más afectados por la violencia, incluidas más de 5200 mujeres y niñas y 550 personas con discapacidad.
La vuelta a la normalidad
Unas 247 familias desplazadas, entre las que se encuentra la de Samuel, ya han abandonado el edificio de la escuela Delmas 103 al que huyeron tras el incendio y han sido reubicadas en las regiones y casas que han elegido. Como parte del proceso de reubicación, la agencia de la ONU apoya a cada familia con asistencia en efectivo para cubrir un año de alquiler.
Mientras tanto, la OIM también ha renovado el sitio de Delmas 103, conocido por la mayoría como la Ecole Communale de Pétion-Ville. La escuela está ahora equipada con nuevos pupitres y pizarras, y está lista para recibir de nuevo a los estudiantes, tan pronto como sea seguro hacerlo.
Ahora que Samuel ha recibido un nuevo alojamiento, su atención se centra en la salud de sus dos hijos adolescentes que, debido a una enfermedad hereditaria, ya están perdiendo parte de la vista.
«A los chicos les persigue la idea de que algún día se quedarán ciegos como su padre», dice Samuel. «Ahora que ya no vivo en sitios provisionales, puedo dedicar tiempo a encontrar los medios para cuidar de mi familia y continuar con mi terapia médica en un entorno seguro».